fue la monarquía despótica y teocrática. El poder del rey era absoluto y, aunque no se le consideraba un dios, ejercía su representación. De este modo, el mismo era soberano del Estado y de la religión. Además de todo el poder político, el rey reunía todos los derechos, constituyéndose en dueño de la vida y de los bienes de sus súbditos.
El imperio estaba divididos en provincias, llamadas satrapías, las cuales eran gobernadas por un sátrapa o prefectos. Éstos eran encargados de cobrar los impuestos, administrar la justicia y mandar los ejércitos.