El niño normal hasta los 8 o 9 años no comienza a tener cogniciones propias. El deficiente motor no es diferente en éste aspecto, y según su capacidad se retrasará más o menos en la cognición de sus propias limitaciones.
Una característica importante es la hiperprotección e hiperdependencia familiar, lo que le conduce en muchas ocasiones a un infantilismo emocional, caracterizado por un umbral muy bajo a la frustración. La frustración puede generar conductas pasivas o agresivas.
Se tendrán en cuenta que el autoconcepto y la autoestima están alterados o al menos precisarán de especial atención.
No suele tener más estrategias que la ley del mínimo esfuerzo, a través de la manipulación del adulto, con seducción o agresividad. Esta simbiosis con el adulto es para conseguir una seguridad que es ficticia pues le deja insatisfecho.
Además su atención y concentración aumenta cuando el adulto esta cerca, lo cual es un refuerzo positivo para el último, sobre todo cuando se pretende que haga algo. Esta inseguridad, motivada por la hiperdependencia, llega hasta etapas muy avanzadas del desarrollo. Por ello es muy importante la integración escolar y social.
Suele reclamar excesiva atención del personal auxiliar, para ser ayudado aún en actividades que puede realizar (explotación de su minusvalia).
Cuando llega a la pubertad o adolescencia suele hacerse consciente de su situación, haciéndose unos interrogantes de difícil contestación como: ¿qué será de mi futuro?, ¿podré vivir el amor?, ¿y del trabajo, qué?, etc... lo que le conduce a una depresión, con lo que suele estacionarse en sus progresos. Ello es bastante perceptible, sobre todo en los casos de gran afectación física e inteligencia conservada; pero cuando supera dicha crisis (ahí es bueno contar con apoyo psicológico) suele surgir con una personalidad bastante mejorada. Es importante, pues, el favorecer actividades que le lleven a un concepto real de sí a través del conocimiento de sus posibilidades y limitaciones.