Fue hacia la década de los ochenta cuando la zona comenzó nuevamente a cambiar de giro: las antiguas galerías, cafés de intelectuales y centros nocturnos, dieron paso a cantinas, bares, clubes de alterne y discotecas nocturnas, circunstancia que aprovecharon algunos empresarios pioneros para abrir los primeros locales dirigidos a la población gay, al principio con apariencia discreta, posteriormente, durante los noventa, con visibilidad más abierta, mientras la vocación habitacional de la zona seguía en franco declive, en la búsqueda de una tranquilidad perdida.