Una buena relación terapéutica es aquella en la que el terapeuta inspira respeto, admiración, ayuda y confidencia, pero donde no se mezclan los sentimientos y se mantiene una postura objetiva, acepta al paciente tal y como es, es tolerante y se interesa por las manifestaciones dolorosas del paciente y transmite al paciente lo que espera de él, motivándolo para la acción