Es bien sabido el hecho de que los silencios de 4’33”, después de todo, no fueron silencios, ya que el silencio es un estado que es físicamente imposible de alcanzar. Cage se lo había demostrado satisfactoriamente a sí mismo en 1951, cuando se trasladó a la Universidad de Harvard, donde, en una cabina anecoica (un entorno en el que había tanto silencio como era tecnológicamente posible) oía, sin embargo, dos sonidos inevitables: uno agudo(el sonido de su sistema nervioso) y otro grave (el sonido de su circulación sanguínea). Por lo tanto, Cage propuso que lo que estamos acostumbrados a llamar silencio debería llamarse como lo es en realidad: sonidos no intencionados. Es decir, sonidos que no ha prescrito o querido el director.
4’33” es la demostración de la existencia del silencio, de la presencia permanente de sonidos que nos rodean, del hecho de que merecen atención, y de que para Cage “los sonidos ambientales son más útiles estéticamente que los sonidos producidos por las culturas musicales del mundo. 4’33” no es una negación de la música, sino una afirmación de su omnipresencia. A partir de ahí los sonidos (“porque la música, como el silencio no existe”) se acercarían más a introducirnos en la vida, más que en el arte, que es algo separado de la vida. Esto no sería “un intento de extraer orden del caos, ni de proponer mejoras a la creación, sino simplemente una forma de despertar a la vida que estamos viviendo, que es tan fantástica una vez que se apartan los propios deseos y la propia mente de su camino y se deja que actúe a su manera” (una actitud muy peligrosa políticamente). (En Música Experimental p. 51)